martes, 28 de junio de 2011
15/06/2011: Eclipse Total Lunar
Y aquí están. Bien por Pedro, y mal por mi, que tenía el telescopio en el armario y no tuve la decisión de buscar una zona despejada y hacer mis propias fotos. ¡¡Qué comodones nos hace la edad!!
domingo, 19 de septiembre de 2010
Júpiter 28/08/2010
Sin embargo ha habido salidas, hemos visto cosas, aunque no las hemos fotografiado con éxito, pero ya nos hemos familiarizado mucho más con el telescopio, especialmente con el sistema GOTO, la alineación automática (que resultó no ser tan fácil como parecía) y sobre todo la cámara. La cámara, que sólo dispone de drivers para Windows de 32 bits, y, por consiguiente, no funcionaba con nuestro portátil nuevo, que tiene un Windows 7 de 64 bits. Claro está, salir al campo con el ordenador de sobremesa, que sí permitía la instalación de aquellos drivers, hubiera sido engorroso y evidentemente ridículo. Al final salvamos felizmente la situación con los controladores de otra cámara similar (¡ah, la informática!). Y también hemos avanzado algo en su manejo, que tampoco resultó tan sencillo. ¿El resultado?
El resultado: conseguimos fotografiar Júpiter el día 28 de agosto desde una localidad de Zamora en la que solemos pasar tiempo y donde se disfruta de unos cielos bastante limpios y con muy poca contaminación lumínica. Los objetivos eran fotografiar Júpiter con los 4 satélites de Galileo (¡¡¡las Estrellas de los Medici!!!). También, y como somos unos ilusos, pretendíamos la misma noche fotografiar
La luna aquella noche. Los grandes y claros circos de Tycho y Copérnico.
El resultado fueron las fotografías de Júpiter que mostramos aquí. No quedaron mal, dadas las circunstancias y las características de nuestro equipo. No pudimos conseguir fotografiar planeta y satélites juntos y que se apreciaran detalles en el cuerpo de Júpiter. La excesiva luz del planeta hacía que tuviéramos que cerrar el obturador mucho para obtener detalle, y esto nos hacía perder el resto. Si queríamos satélites, Júpiter se volvía un destello de luz. No intentamos por tanto demasiadas tomas de los satélites (y, para colmo una que logramos con los 4 se perdió “por descuido”) y nos centramos en sacar el máximo detalle de Júpiter. A unos 140 aumentos, el planeta mostraba cierta tendencia a escaparse de nuestro campo, aún después de alinear el telescopio usando un ocular de cruceta. Sin embargo…
El disco luminoso de Júpiter, con Europa y Ganímedes.Júpiter es el mayor de los planetas del sistema solar. La distancia al foco solar es de 778 millones de km. Tiene un diámetro ecuatorial de
Se dice que Júpiter está en el límite entre un planeta y una estrella. El significado de tal afirmación es que, parece ser que su masa y su densidad son tales, que si se incrementara en un poco más (es decir si Júpiter hubiera sido algo mayor) la energía gravitacional habría bastado para desplomar su enorme masa lo suficiente como para aumentar su temperatura hasta el límite que permite las reacciones nucleares de fusión. Y como Júpiter está compuesto por enormes cantidades de hidrógeno, sucedería que estos átomos empezarían a fusionarse, creándose helio, y produciéndose ingentes cantidades de energía, tal y como sucede en nuestro sol y en general, en todas las estrellas que utilizan el hidrógeno como combustible. No se si hoy en día, y tras el descubrimiento de gigantescos exoplanetas y, especialmente de las llamadas estrellas enanas marrones, se conservará esta idea entre los astrónomos. Es de suponer que los límites han variado.
Lo que vemos desde el telescopio:
El disco iluminado de Júpiter aparece en nuestro campo rodeado por cuatro de sus satélites: Io, Europa, Ganímedes y Calisto, los llamados “Satélites de Galileo” (en honor a su descubridor, claro) que se hicieron famosos, no sólo porque se podían apreciar girando alrededor del planeta gigante con pequeños telescopios de aficionado, sino porque además sirvieron para calcular la velocidad de la luz. Se desconoce el número exacto de satélites de Júpiter, pero en esta última década se habían descubierto hasta un número de 63 y se sospecha que puede haber aún un número indeterminado de estos cuerpos sin descubrir.
Lo que vemos de Júpiter desde nuestro telescopio (y lo que muestran las fotografías) es un disco de color anaranjado o rosáceo en el que se ven unas franjas oscuras alternadas con otras más claras, unas zonas polares grisáceas y, si se observa con más detalle, algunas manchas que dan a la superficie un aspecto irregular o moteado. La atmósfera de Júpiter es muy densa. La enorme fuerza gravitatoria del planeta consigue mantener, “atrapar” y condensar una ingente cantidad de gases alrededor en una atmósfera masiva. Ésta se encuentra dividida en bandas rojo-anaranjadas alternadas con zonas claras, amarillentas.
Con el telescopio observamos bien las 2 bandas ecuatoriales separadas por la zona ecuatorial y, de forma muy tenue, alguna otra banda en regiones más alejadas del ecuador. Sobre una de las bandas ecuatoriales, la más destacada, se puede observar una pequeña “muesca”, como un pequeño grano que parece separarse de ella. Es la llamada Gran Mancha Roja. Parece ser que es un gigantesco tifón permanente, de dimensiones titánicas.
Si dispusiéramos de un telescopio mayor, podríamos obtener mayor resolución y más detalle en nuestra imagen de Júpiter. Apreciaríamos que esas pequeñas manchitas que se ven en nuestra imagen son en realidad enormes masas nubosas, gigantescas tormentas y remolinos que se mueven y desplazan unas con respecto a otras y, a su vez, giran a velocidad de vértigo con la rotación de Júpiter. Pero por el momento nos contentamos con estas imágenes más modestas, pero aún impregnadas de misterio y de la maravillosa sensación de que eso tan frágil, del tamaño de una canica, que flota delante de nosotros como por arte de magia, con sus cuatro mundos diminutos orbitando, es en realidad el gran gigante de nuestro sistema solar.
viernes, 26 de marzo de 2010
22/03/2010. La Luna en edad 6 días
sábado, 6 de marzo de 2010
Nuestra primera foto
martes, 23 de febrero de 2010
Estrellados
Estrellados, porque nos gustan los cielos y la inmensa variedad que muestran y que también ocultan. Y porque la mayor parte del tiempo nos estrellamos contra el muro de las dificultades, cada vez mayor, para gozar de momentos de intimidad y libertad para disfrutar de nuestras aficiones. Pero aún así seguimos, abandonamos y retomamos. Y, sin ir más lejos, seguimos invirtiendo esos pobres restos que llamamos “ahorros” – y que, en la mayor parte de los casos no son tales, sino simplemente dinero que luego no invertimos en otras cosas que también necesitamos – en equipo nuevo, con la esperanza de tener una de “esas noches” en las que vimos Saturno, la Luna o la gran nebulosa de Orión y ya no fuimos los mismos. Y aquí nos vemos, con telescopio nuevo, nuevos oculares e incluso una cámara nueva para iniciarnos en la astrofotografía. Y todo ello, muy modesto, pero despertando unas ganas locas de salir a ponerlo a prueba…
Hace ya muchos años – yo contaba por aquel entonces unos 15 – mi padre, conmovido por mi fascinación cada vez que me detenía ante el escaparate de una librería de la calle Preciados, terminó por comprarme una “Guía de Firmamento” de José Luis Comellas. Un libro caro para él, lleno de descripciones del cielo, con mapas y con consejos para iniciados en la observación astronómica. Yo no tenía ni unos malos binoculares, menos aún un telescopio, para comprobar que lo que el libro describía con un detalle fascinante estaba realmente ahí, alzando la vista, sobre los tejados y la polución de mi ciudad. Aún así todas las tardes, cuando volvía del instituto, me ponía a leer la Guía del Firmamento, imaginando lo que sería ver aquello a través del tubo de uno de los Maksutov-Cassegrain que venían referidos en el texto, y que también había yo contemplado en una óptica fabulosa de la Red de San Luís. Olvidaba, en definitiva, lo que realmente tenía que leer si quería aprobar mis asignaturas de bachillerato y me atiborraba de galaxias, cúmulos, nebulosas y estrellas dobles. Porque esos temas no se estudiaban en las clases de física del B.U.P. Y a ese libro, claro, siguieron otros. Y como a ese curso también siguieron otros y, tengo que decirlo, mis notas no fueron precisamente bajas, mis padres decidieron por fin, unas navidades, quitarse de algunas cosillas, apretarse el cinturón, que se dice (y mucho últimamente) y comprarme un refractor de 75 mm con montura ecuatorial alemana, buscador, lente de Barlow, filtros, oculares (¡de 0.96 pulgadas! ¡¡Que estrecheces!!), prisma cenital y hasta una pantalla solar. ¡Era todo un telescopio astronómico, hostia, no uno para cotillear a los vecinos!.
Ese telescopio sobrevivió a un incendio, varias mudanzas y algún periodo largo de abandono en un guardamuebles, mientras residía lejos de aquí. Pero aún lo conservo y, con él, le enseñé por primera vez a mi novia Saturno y Júpiter. Y desde entonces ella me acompaña en mis salidas, que espero sean cada vez más numerosas. Y ¿quién sabe? quizá algún día cambien nuestras condiciones y vivamos en algún lugar donde sentarse a ver el cielo sea tan fácil como lo es ahora tirarse en el sofá y encender la tele. Estrellados, pero en la mejor de las maneras.